Atardecer en Dubai

Atardecer en Dubai

lunes, 30 de enero de 2012

Cuando espero que veas la forma, tu ves el fondo. 

¿Cómo hacerte ver lo que yo quiero que veas?

domingo, 22 de enero de 2012

De tarde en Barcelona

Un amigo en Londres una vez me dijo que no existe mejor sentimiento que la emoción de ver a tus mejores amigos después de mucho tiempo. Que nada se compara con eso.

Yo me levanté con una ligera dosis de ese sentimiento la madrugada del 7 de Agosto de 2011, cuando tomaría un avión a Barcelona. Allí, finalmente, luego de 203 días de espera, iba a rencontrarme con mis amigos de toda la vida, miembros principales de mi hogar en Venezuela. De allí, nos iríamos de caravana por Europa.

Llegué a Barcelona trasnochado, cansado y muerto de sed. Luego de caminar interminables calles buscando el hostal, tenía la convicción de que nos habían engañado y que el hostal no existía, de que nos habían robado los reales. Después de mucho buscar, lo conseguí. Dejé mis cosas y me fui a comer. Rafael, Pedro, Soto, Pancho y Cheo llegarían más tarde.  



A medida de que pasaba el tiempo mi emoción crecía cada vez más.

Nunca podré olvidar como me sentí cuando tomábamos shots de Whisky (horriblemente caliente) en el infernal verano Catalán. Estábamos todos en nuestro cuarto poniéndonos al día. Fue un momento en el que pude saborear el presente, sonreír y disfrutar el solo hecho de tenerlos en frente de mí. No lo podía creer. Yo me regodeaba ante la cantidad de días que íbamos a pasar juntos. Placer que en se momento parecía infinito, pero que luego, a medida de que pasaría los días, se convertiría de nuevo en costumbre:

La costumbre o el privilegio de estar con ellos, acá en Europa, acostumbrados, sin sobresaltos. La costumbre del hogar.




Y así, la emoción se derrochó la primera noche de manera fugaz. Tomamos, salimos, comimos (muy, MUY mal) y finalmente caímos rendidos.





Que felicidad. Al fin pude respirar de nuevo. Oxígeno puro.




domingo, 15 de enero de 2012

sábado, 14 de enero de 2012

23 Highbury New Park

Yo no lloro.

Yo lloro cuando me veo a mi mismo en tercera persona.  Cuando me paro y digo: pobre Alejandro, en que situación se ha metido.

Mira como desvía su mirada, como en el momento indicado aprovecha para irse de la fiesta, se monta en el bus que va a casa, se sienta y cierra los ojos.

Mira como se devuelve solo. Como camina lento con los ojos ya empapados. Esta tullido de frío.

Mira como quiebra en llanto.

Mira como nadie lo escucha, solamente yo.

Me da lástima.

Yo me bajo del bus y camino junto él.  Me siento a su lado y comparto con él su dolor, aunque él no lo note. Me uno a su tristeza y a su soledad, aunque esto no sirva de nada.

De repente, sin darme cuenta, yo también estoy llorando. Su llanto es el mio y su dolor atraviesa mi pecho como un tubo oxidado. Por el frio, me acurruco frente a los arboles que decoran la calle.

Luego me paro

me voy para la casa

y escribo. 

viernes, 6 de enero de 2012

Descompuesto

Ya hace más de 4 años que no como en McDonald’s (no porque no me guste, sino porque sé que es muy malo para la salud). Esta fue una decisión que tome voluntariamente antes de irme a Estados Unidos por 9 meses  porque temía ponerme gordo. Esto no hizo ninguna diferencia ya que igual volví como una pelota.

Aun cuando paso cerca de un McDonald mis papilas deliran por probar otra vez una papita frita. Me pregunto: como será comer McDonald’s de nuevo, después de tanto tiempo? El 21 de Octubre esta promesa cumple 5 años.

Esta es la analogía mas halada por los pelos para poder explicar cómo me siento respecto a mi visita a Venezuela y mi ahora inminente regreso a Londres. El tan solo hecho de pensar que en 10 horas estaré de vuelta en esa fría, pálida pero increíble ciudad, sin saber que en al menos un año estaré de vuelta en casa me noquea (es esa una palabra?). Me deja en el piso. Descompuesto.

Hace un año estaba en una situación similar: había pasado dos meses afuera, estaba disfrutando las navidades en Venezuela y pronto volvería a Londres para no regresar a Caracas en un año. Estaba un poco más animado, preparado, pues solo había estado dos meses fuera de casa.

Hoy es distinto. Ya ese año paso y solo estuve un mes acá. Ese mes, comparado con todo el año que espere, ha pasado volando. Como un relámpago. Ya me toca volver a empezar, y es eso lo que no quiero. Comenzar el ciclo.

Porque espere demasiado! Porque fue hoy, cuando me tuve que despedir de mi hermana, de mi sobrina, de mis mejores amigos y de mi familia, que me recordé que no hubo un día, en todo ese año, en que no haya pensado en Venezuela: mi hogar. Fue demasiado remar, demasiado esperar para tan corto y fugaz placer. Se sentirá siempre así?

Creo que si volviera a comer McDonald’s sería lo más increíble de la vida, pero se acabaría en que, 15 minutos? Cuanto tendré que esperar de nuevo? Esto es como pasar todo el día cocinando un pernil de navidad para devorarlo enseguida. Los momentos con los seres queridos no deberían ser limitados. Sin embargo, en mis circunstancias siempre lo serán. Lo detesto.

Detesto tener a Venezuela como mi ancla. Que el país este tan destruido que sea incapaz de ofrecerme todo el bienestar que una patria prestada, como Inglaterra, me da siendo extranjero. A pesar de esto, todo lo que quiero y me hace falta esta en Venezuela. En Londres no hay nada que extrañe. Yo vivo en Inglaterra, pero es aquí, en Venezuela, donde está mi corazón. Lo demás es solamente un hogar temporal. Soy un nómada esperando volver a casa.